Antonio Horvath Kiss
Senador por Aysén
Frente a la natural y respetable inquietud de quienes se preguntan sobre el futuro de los que el próximo 11 de marzo dejaremos el Congreso Nacional, más que dar una respuesta taxativa sobre mis planes particulares, quisiera plantear una reflexión que siempre ha estado presente en mi quehacer: la vida no comienza ni termina en la actividad parlamentaria. No se trata de una frase maniquea, ni mucho menos ella contiene un ápice de soberbia; solo es una forma de validar el antes y el después de una etapa de la vida personal, en la que a uno le cupo asumir un rol específico como legislador.
Diecisiete años antes de ser elegido diputado para el período 1990-1994, en 1973, tras graduarme como ingeniero civil en la Universidad de Chile, me radiqué en la Región de Aysén, circunstancia que me permitió recorrerla y conocerla en toda su vastedad, ejerciendo mi profesión desde diferentes cargos y responsabilidades, entre ellos, la dirección regional de Vialidad. Desde ahí comenzamos los trabajos de construcción de la Carretera Austral.
Realicé mi tesis de titulación sobre los problemas de la ingeniera con hielo, nieve y escarcha; encontraba que en el trazado de caminos hay una combinación de arte e ingeniería. En aquella época imperaba la creencia ingenieril de que mientras un camino sea más extenso y derecho es mejor, juicio que yo no compartía en el caso de nuestra región, por tratarse de una zona que es frágil y que tiene mucho atractivo natural y cultural.
Por fortuna, con los años pudimos introducir especificaciones técnicas de los contratos y despertar la conciencia de la gente. No es un tema solo legal, sino también de conciencia y educación; en la construcción del Camino Austral se ha privilegiado la geografía, y desde ella, la sinuosidad de su trazado, que con el paso del tiempo ha experimentado algunas modificaciones. Un camino siempre es un factor de desarrollo. Los caminos han sido vitales en la construcción de la historia de la humanidad; desde los albores de la civilización hasta nuestros días. El Camino Austral parte en 1976 y para 1978 hicimos un grupo de trabajo y sacamos la publicación Trapananda, para informar a la comunidad de este gran trabajo que se estaba realizando en beneficio de la región y sus habitantes, aspecto que en el largo plazo fue muy bien valorado.
En este balance de mis 28 años en el Parlamento que he venido haciendo a través de mis columnas de opinión, ya he dado detallada cuenta de infinidad de mociones que se convirtieron en leyes de la República, de modo que solo me cabe agradecer a todos los habitantes de la región y del país que delegaron su confianza en mí, así como expresarles a todos mi gratitud por la preocupación que me han demostrado por distintas vías respecto a mi futuro tras el 11 de marzo.
Es aquí donde deseo traer de regreso una respuesta que di en una entrevista donde se analizaba el estilo de vida en la Patagonia, calificándolo como diferente a cualquier otro. En esa ocasión sostuve –y sigo sosteniendo– que ese estilo tiene una profunda filosofía. Acá las distancias se miden en horas y el dicho de la Patagonia que dice “el que se apura, pierde su tiempo”, no es un signo de flojera sino un sinónimo de que las cosas tienen un ritmo propio.